Cotraducir saca al traductor de esa caverna solitaria en la que suele ejercer su oficio. Cuando traduces en colaboración con otro colega, realizas un intercambio que trae a tu hábitat un viento oxigenado. Ya no eres tú solo el que toma las decisiones, sino que en el texto interviene otro cerebro que aporta sus propios criterios, que tú tienes que encajar.
De esta experiencia he extraído algunas enseñanzas muy interesantes:
Búsqueda de un colega de confianza. Preferiblemente debe ser alguien que te ofrezca amplias garantías personales y profesionales, se implique en el proyecto tanto como tú y sea un profesional que admires y con quien te compenetres al 100 %.
Reparto bien definido del trabajo. Es importante dejar clara desde el principio la función de cada uno. No es lo mismo hacer una traducción colectiva para un proyecto en Internet que un trabajo de clase en grupo o una traducción científica que requiera la ayuda de un colaborador especializado. En mi caso, busqué ayuda para traducir un texto literario infantil y juvenil, y lo hice porque el contenido cultural del documento era tan inmenso que superaba mi capacidad. Era un libro plagado de referencias y juegos de palabras culturales, y yo sola no iba a poder realizar una traducción a la altura. Aun así, me interesaba enfrentarme al libro, y por eso no rechacé el encargo (que era otra posibilidad), sino que esta vez busqué refuerzos. Se trataba en concreto de Ada Goth y el fantasma del ratón, de Chris Riddell, al que siguieron Ada Goth y el festival del Mortilunio y Ada Goth y los aullidos misteriosos, cotraducidos con Pepa Arbelo, compañera de fatigas. Inmediatamente, el encargo dejó de ser mío y pasó a tener dos dueñas. El equilibrio de tareas se impuso de forma natural:
- Una acometía la traducción «bruta» (primera fase del proceso).
- A medida que iba traduciendo capítulos, le pasaba el material a la otra para que lo revisara.
- Mientras tanto, ambas nos documentábamos sobre las referencias culturales y buscábamos soluciones de adaptación, juegos de palabras, nombres propios y el larguísimo etcétera que nuestros libros planteaban. Aquí era donde yo salía ganando, pues contaba con la garantía de que Pepa, filóloga inglesa y gran conocedora de esa cultura, además de una traductora profesional a la que admiro, no iba a dejar pasar ni una.
- Terminado el texto, se hacía un último barrido de relectura antes de entregar el trabajo al cliente.
De esta forma estábamos seguras de no dejar flecos sueltos.
Pulso de criterios. Cuando trabajas en colaboración, sobre todo con alguien tan abierto y profesional como Pepa, se establece una simbiosis en la que se intercambian ingenio, desesperación, impotencia, satisfacción cuando encuentras buenas soluciones, y toda clase de criterios, convergentes o divergentes. Hay que buscar puntos de encuentro. Es necesario estar abierto al otro, pero también saber mostrar tus preferencias. El proceso te obliga a imponerte y dejar que el otro se imponga, admirar y dejarte admirar, criticar y aceptar críticas. Un ten con ten que te pone en tu sitio: te obliga a trabajar con humildad y aceptar las ideas del otro, pero, al mismo tiempo, a ser consciente de tus capacidades sin sentirte abrumado por el talento ajeno. En fin, la búsqueda de ese equilibrio de fuerzas es un ejercicio de autoevaluación muy sano.
Todos suman. Trabajar de esa forma tan compenetrada con otro colega te permite embeberte de su técnica y sus recursos. Es un aprendizaje enorme. No hay pugna, sino que todo suma y revierte en el texto.
Conclusión. La cotraducción es una experiencia sorprendentemente enriquecedora y productiva. Despierta al traductor de su sueño anacoreta y lo saca de la caverna de las sombras. Absolutamente recomendable.